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30 agosto 2013 5 30 /08 /agosto /2013 17:38

La imaginación tiene un poder asombroso. En mi mente ha quedado un almacén pletórico de imágenes y sucesos, para dar " rienda suelta " a mis sueños y pensamientos. A veces se aglutinan de tal manera, que su lucha por adquirir protagonismo, entorpece el relato de los mismos.

Soy consciente de que mi personalidad es... al menos especial, pero sin la menor duda, plena de vivencias de todo tipo a lo largo y ancho de este orbe. Un vida intensa con acontecimientos dramáticos, trágicos, cómicos......

A principios de los años 80, me encontraba participando en la elaboración de dos documentales sobre la ciudad de Petra. Emplazamiento en el desierto de Jordania. Se trataba de una coproducción entre España y el país mencionado.

Cinco españoles y el resto de equipo y componentes de apoyo palestinos.

Recuerdo que nos alojamos en unas viejas casuchas de madera, con pequeños ventanales siempre abiertos y por los que hacían su entrada y salida, perfectos ejemplares de alacrán.

El primer día conocí a un peculiar personaje, que iba a ser el conductor de la furgoneta donde trasladaríamos todo el equipo de cámaras e iluminación. Su nombre Abu Amar. Un individuo corpulento, de cabellos dorados y ojos azules. De su pasado no hablaré, porque queda en un rincón de mi mente. Pero si diré que fue un excelente compañero, con el que me sentí protegido tando de día como de noche. Dormía junto a la puerta del barracón, sobre un estrecho colchón de goma espuma. Nunca aceptó dormir en el interior. Consideraba que era el mejor lugar para mi protección.

Cuando viajábamos por el desierto y tenía que rezar, respetaba absolutamente sus momentos, aunque el sol " cayera a plomo " sobre nuestros cuerpos. Nunca se separó de mi hasta que regresamos a España. Solo en una ocasión, en la que salí con un guía a filmar imágenes de un lejano lugar.

Como la valoración del tiempo entre europeos y árabes es diferente, el mencionado guía no entendía porqué teníamos que ir tan aprisa. Me decía que " si no se hacía hoy, se podía hacer mañana o la semana que viene "

Ni que decir tiene que yo era quien encabezaba la expedición y en muchas ocasiones tenía que esperarle.

Recuerdo haber filmado un acueducto en ese desolado lugar y la mayor adelfa que mis ojos hayan visto nunca. Tal vez alcanzára los diez metros de altura.

Todos los días nos levantábamos a las cinco de la mañana, para realizar jornadas que habitualmente alcanzaban las doce horas. La inmensa ciudad Nabatea la visitamos " palmo a palmo ", incluyendo la infinidad de interesantes tumbas. Algunas de ellas localizadas a varios centenares de metros sobre nuestras cabezas. A aquellas accediamos subiendo unos rústicos escalones esculpidos en la piedra dos mil años atrás.

El poco tiempo de descanso, lo disfrutábamos en la mayor parte de las ocasiones en mi barracón. En el que contaba con un frigorífico, que se consiguió utilizando la tan famosa picaresca española. No daré mas datos y continuemos con mis recuerdos.

Ese elemento de lujo en aquellos lares, siempre estuvo repleto de viandas, que en su mayor parte eran suministradas por el Secretario de la Embajada Española. Una excelente persona y profesional de la diplomacia.

En algunas ocasiones el Gobernador de la zona, acudía a visitarnos y a degustar las tortillas de patatas que yo preparaba.

Cierto día nos encontrábamos en la cima de una montaña, en la que estaba ubicada una tumba que teníamos que iluminar. El hermano del rey Hussein, se encargaría de hacernos llegar un helicóptero portando un grupo electrógeno. La citada aeronave nunca llegó y tuvimos que inventar un sistema de pantallas, para que los puntos de luz llegaran al interior y poder filmarla.

Fueron tres meses muy gratos en aquel país y el contacto con los beduinos quedará grabado en mi mente y mi corazón.

Maravillosa gente del desierto, que me aceptó y me trató como uno de los suyos.

 

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