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12 septiembre 2013 4 12 /09 /septiembre /2013 16:31

La pendiente comenzaba a ser mas escabrosa y por lo tanto el esfuerzo muscular era mayor. Un trazo de sudor recorría mi espalda.

Evitaba mirar atrás para comprobar el terreno recorrido. Mi mirada estaba afianzada en la cima de la montaña.

Pensaba en la similitud de mi ascenso con la vida. La distancia recorrida sería el pasado. El esfuerzo por acometer la agreste elevación el presente. Y la cota por alcanzar el futuro. Solo que en la mayoría de los casos, habitualmente tenemos desandar lo andado y volver al punto inicial. 

Una respiración mas sonora, aunque con ritmo acompasado regulaba mi escalamiento.

Cuando por fin conseguí alcanzar la máxima altura, puede disfrutar de un panorama maravilloso. A mi espalda nuevas cúspides y frondosa arboleda. A ambos lados la costa. Y como frontal.... el brillo metálico y azulado de las aguas del Mar Mediterráneo.

Siempre que asciendo la montaña me siento mas grande y libre. Desde este emplazamiento, al que he convertido en mi santuario, recuerdo a un ser muy respetado, admirado y querido..... mi padre. Desde aquí puedo localizar el lugar donde situé hace algunos años su fotografía, con el ánimo de que pudiera disfrutar del amanecer y anochecer levantino. Estoy plenamente seguro de que su deseo habría sido, dormir su largo sueño junto a esta costa y no en un oscuro y frío habitáculo en la capitál. A veces nuestros deseos en vida, no son reconocidos con la muerte.

Hace algún tiempo levanté una cruz de piedra en el lugar en el que me encuentro y aquí me siento mas cerca de Dios y de mi amado progenitor. En este lugar especial he dado gracias  al Todopoderoso, por haberme liberado en varias ocasiones de los brazos de la siniestra mujer de negro.

Pero alguien importante he añadido a mis pensamientos. Alguien que entró en mi corazón como un torbellino, abrió sus puertas y las cerró con tal ímpetu, que la llave que se encontraba en su cerradura, saltó a... quien sabe donde, con mi agradecimiento por tal suceso.

En la actualidad continúo con mi soledad, pero se a ciencia cierta que ella está ahí, a cientos de kilómetros pensando en mi y en cualquier instante del día o de la noche, me sorprenderá con su dulce voz al otro lado del teléfono.

Desde las alturas realmente se nos ve como somos.... diminutos e inermes ante la fuerza de la naturaleza.

Especie orgullosa y altiva, a merced de la temible energia que esconde en su interior, este maravilloso planeta denominado Tierra.

A su hora habitual pasa la embarcación turística, en busca de la carga humana del día y conducirles a disfrutar de los fondos marinos de la zona. Un solitario piragüista palea en dirección a una población cercana.

Es hora de regresar. El Sol se encuentra en su cenit y sus rayos caen despiadadamente sobre mi bronceado cuerpo. Tanto el como la mar, son mis compañeros de viaje.

Siempre que abandono este lugar, siento como queda atrás el silencio y la paz de Dios.

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